Desde una perspectiva mundial, el dinero creó abismales desequilibrios económicos cuyos resultados fue la desestabilización de las naciones. La devaluación del dinero o el incremento de su valor significaba la caída o el aumento de nuestro nivel de vida. Se padecían frecuentemente efectos tan desastrosos como, grandes crisis económicas con las consiguientes caídas de las bolsas propiciando el hundimiento de empresas, el despido de trabajadores... viéndose afectadas gravemente personas, familias y pueblos enteros que se sumían en la pobreza.
A esto habría que añadir su contrapartida en los periodos de máxima expansión económica, con la creación de enormes riquezas en manos de unos cuantos individuos; riquezas que estaban muy por encima de las necesidades de la vida real de sus propietarios, con las cuales podrían ser cubiertas perfectamente las necesidades básicas incluso de pequeñas naciones.
La característica fundamental de La Bolsa era la excesiva especulación financiera, donde se planeaba, se invertía y se organizaba la economía general sobre valores y riquezas inexistente, sobre posibilidades de futuro inciertas, y era esta serie de condiciones de inestabilidad extrema las que irrevocablemente se conferían a toda la sociedad, pues ésta estaba sostenida por la especulación.
La acumulación de riquezas en unas regiones producían, como contrapartida, la pobreza en muchas otras, la inestabilidad política y social, la corrupción, la delincuencia, y de ahí a la violencia y las guerras. La guerra, ya se había convertido en una forma de hacer negocio por parte de grandes empresas armamentísticas, y por parte de Estados productores de estas "herramientas" para matar.
Pero el resultado más macabro, despreciable y aberrante de este permanente desequilibro económico , fueron los millones de muertos por hambre en los países subdesarrollados, un año tras otro, donde niños, ancianos, mujeres y hombres no poseían ni lo mínimo para el sustento diario.
La existencia del dinero y el “juego” que éste permitía realizar, creaba grandes intereses económicos que permitían contradicciones como la sobreproducción por un lado, y al mismo tiempo la carencia de productos de primera necesidad por otro, una pésima distribución de las riquezas, el mantenimiento de políticas de inestabilidad en determinadas regiones del mundo así como la pobreza, para beneficio de los Estados más ricos y poderosos.
Verdaderamente, el egoísmo aflora con mucha más intensidad y facilidad cuando al ser humano se le sumerge en un sistema de vida tan inmisericorde como el capitalista, y le da como instrumento para su desenvolvimiento en él, el dinero. Ambos son dos agentes simbióticos y altamente compatibles. Sin el uno no existiría en tal grado el otro.
Debemos reconocer que el ser humano posee en cierta medida una naturaleza egoísta, y que ésta aflora cuando se dan las circunstancias adecuadas para ello. Y esas circunstancias, como consecuencia de la existencia del dinero, siempre estaban ahí, permanentemente vigentes, eran siempre las adecuadas.
El desequilibrio socio-económico, y por tanto la injusticia, fue un mal endémico del Sistema Capitalista, el sistema económico históricamente triunfante, por fin ya extinguido. Este desequilibrio se tornó irresoluble debido a las características intrínsecas del propio sistema.
Por todo ello se optó, de común acuerdo, por la abolición de la moneda.
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